Les voy a contar una historia y, créanme, es real. Carlos
había crecido en una familia acomodada. Su padre era un alto cargo de la
Sanidad Pública y nunca habían sufrido una incomodidad.
Carlos decide estudiar medicina, una carrera muy bien valorada y con una salida fabulosa; los
padres ponen una consulta en la que recibir pacientes por las tardes y por las
mañanas en un hospital.
Pero Carlos nunca fue un chaval de darlo todo. Se esforzaba
lo justo para destacar lo justo y que nada le ocasionara problemas. Entraba en
modo “mantenimiento” muy rápido con lo que, viendo lo que ganaba (y, desde
luego, ganaba dinero), pronto empezó a dar de lado el hospital simplemente
porque, haciendo cuentas, la consulta le daba lo suficiente como para poderse
despertar alrededor de las once cada mañana y trabajar desde las 4 hasta las 9,
hora en la que citaba al último paciente. Al tiempo se convenció a sí mismo de
que los viernes era mal día para pasar consulta hasta tan tarde, porque la
gente quiere irse de fin de semana pronto. Al tiempo dejó de ser “hasta tan
tarde”.
Los ingresos crecían. Siempre se había dicho de él que era
un médico con muy buenas manos para su especialidad y podía subir tarifas de
forma racional sin perder pacientes. Al ver crecer los ingresos, crecía el
nivel consumo y esto llevó a cambiar de coche tres veces en cinco años o tener
la nevera llena de botes con salsas que sólo se probaban un día. Las salidas a cenar a restaurantes eran frecuentes con
la mera excusa de no tener que cocinar. La tarjeta de crédito era una
herramienta más familiar a sus dedos que el estetoscopio y evitaba llevar
control a la hora de desenfundarla de la cartera. El susto llegaba una vez al
mes y siempre había una justificación que rebajaba la ansiedad del total de lo
gastado; un mes eran las vacaciones, con sus viajes, cenas y comidas. Otro la
navidad, con sus regalos cenas y comidas. En ocasiones un viaje, con sus cenas
y comidas. Cumpleaños… gastos inevitables.
Carlos para entonces ya estaba casado y su mujer, que venía
de ser hormiguita, se acopló al ritmo de Carlos.
Pero el modeló cambió. Empresas y particulares contrataban
seguros médicos a aseguradoras y éstas, a medida que crecían en clientes,
tenían más fuerza para fijar los precios. Lo caro de unas
pruebas se compensaba en rebaja de costes de otros
servicios que eran los de Carlos y los que mayor número de médicos ofrecían. Ya no tenía tanto margen en subir sus tarifas y, al tiempo (que
para Carlos fue “de la noche a la mañana”), los ingresos se estancaron mientras
que el resto de su día a día encarecía.
El estancamiento duró poco, porque empezaron
a reducirse. Los pacientes acudían a sociedades médicas dónde todo era mucho más grande, mejor
equipado y más rápido.
Carlos decidió cortar ciertos gastos, pero mes a mes
llegaban los cobros de la tarjeta, del crédito del coche y del coche anterior,
los gastos normales del mes (hipoteca, comida, gasolina, ropa, luz, gas, la
reforma del baño, mecánico) y que, así de repente, dejar de salir a cenar no
era tan fácil. Cortar gastos no amortiguaba la situación
tan rápido como esperaba, ya que el consumo necesario seguía siendo muy
superior que lo que suponía todo aquello de lo que se había prescindido. Se dio
cuenta de que no era capaz de frenar con tanta potencia como tenía que pagar,
así que decidió volver a aquello que le habían recomendado al principio de su
carrera y trabajar en una sociedad médica por las mañanas. El sueldo era
razonable y razonable significaba por debajo de lo que él creía que era su
capacidad. Pero resultaba que razonable era lo que su especialidad y su
especialización valían en la calle. Trabajo no faltaba por las mañanas, pero
seguía disminuyendo por las tardes en su consulta, con lo que los ingresos en
su cuenta corriente caían porque el coste de mantener la consulta abierta no se
reducía.
Carlos sentía que todo había cambiado mucho y él no había
cambiado con el ritmo del resto. Compañeros suyos de facultad ahora eran
directores médicos o estaban en el extranjero trabajando en un entorno que él
había descartado porque no le permitía levantarse a las once de la mañana. Con
los que estaban en la misma situación que él prefería ni hablarse.
En España estamos a punto de cerrar la consulta de por las
tardes porque gasta mucho, pero seguimos sin saber cómo incrementar nuestra
cuenta corriente ingresando más. El Gobierno hace bien en recortar y sus
explicaciones son racionales, pero la nevera no entiende de la cuenta de la
luz, sólo la consume. De igual manera la población no entiende de todos los
recortes, sino que no ve llenar su nevera.
España no sabe cómo arrancar una línea que le lleve a ser competitiva y que su producto sea
algo deseado en lugar de ser algo más en las estanterías de la tienda. Y si se sabe no se habla de ello, cuando debe
ser nuestra preocupación ahora que ya sabemos en qué no podemos seguir
gastando.