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lunes, 10 de junio de 2013

La pizza de Pavolv

¿Se han preguntado alguna vez por qué siente un deseo incontrolable de comer pizza cada vez que escucha el timbre de su casa? Si no se han hecho esta pregunta, entonces una gran cadena de pizzerías ha gastado sumas ingentes de dinero en campañas publicitarias que no  están dando resultado. ¿Por qué habría de sentir un deseo incontenible de comer pizza cuando suena el timbre de mi casa? Un anuncio de televisión de esa cadena de pizzerías muestra una pizza cubierta de queso fundido y otros exquisitos ingredientes. Eso debería despertarme el apetito, un poco al menos. A continuación, en el anuncio suena el timbre de una casa y, en ese momento, aparece el repartidor entregando la apetitosa pizza. Lo que buscan los dueños de esa cadena de pizzerías es que nosotros, como televidentes, pensemos en su producto cada vez que suena el timbre de casa. ¿Por qué creen que eso es posible?

Dejemos de un lado la pizza y pensemos durante un momento en la filosofía, que podría revelarnos en qué radica la genialidad de los dueños de la pizzería en cuestión. Hace más de cien años, un grupo de filósofos ingleses intentaron descubrir la naturaleza del pensamiento. Llegaron a la conclusión de que el pensamiento es una sucesión de ideas que se integran por medio de la experiencia. Postularon que dos experiencias sensoriales que se presentan simultáneamente quedan asociadas. Cuando una se presenta, la otra hace su aparición automáticamente.

Esos filósofos ingleses llamaron aprendizaje asociativo a ese proceso porque los hechos o experiencias se asocian debido a que ocurren al mismo tiempo: Timbre/Pizza   Autopista/Tráfico de vehículos. En efecto, dos son las condiciones que han de tener lugar para conseguir una asociación: Contigüidad y frecuencia. Es decir, que ocurran al mismo tiempo y cuanto mayor frecuencia más sólida será la asociación.




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